ANA MORENO SORIANO

Según el Génesis, en el primer día de la creación dijo Dios “Haya luz”, y hubo luz; y Dios llamó a la luz “día” para diferenciarla de la oscuridad, que era la noche. Durante siglos, la vida empezaba con el alba, no sólo porque muchos hombres y muchas mujeres trabajaban de sol a sol sino porque las ventajas de la luz natural eran infinitamente mayores para cualquier tarea; los sistemas de iluminación a base de llamas encendidas en antorchas, candelabros o candiles, podían ahuyentar la oscuridad de la noche pero sólo eran un pobre remedo de la luz que se encendía cada mañana.
Podemos constatar, desde la Antigüedad, algunos experimentos encaminados a descubrir lo que sería la electricidad pero, hasta el último tercio del siglo XIX, no se incorporó con fuerza a la revolución industrial y la consecuencia fue un extraordinario cambio que empezó por el alumbrado en las calles, en las casas, en los edificios públicos… y continúa actualmente en la sociedad de la información. No en vano decía Lenin que el socialismo es la electricidad más el poder de los soviets y el filósofo canadiense Marshall McLuhan señala la era de la electricidad como una de las etapas de la civilización.
Seguramente, nos cuesta imaginar cómo podríamos vivir sin la lámpara que inventó Thomas Alva Edison y que ya compite con el sol en muchísimos espacios de nuestra cotidianidad. Pero necesitamos la corriente eléctrica no sólo para alumbrarnos, sino para calentarnos, para cocinar, para disponer de agua caliente, para oír la radio y para enviar un correo electrónico. La electricidad, como el agua o como el aire, son imprescindibles para vivir; una casa, por modesta que sea, tiene que tener interruptores y enchufes para encender una lámpara o conectar una estufa; tiene que tener grifos con agua fría y caliente; tiene que dejar pasar el sol y el aire… En la antigua Roma, había bienes que no se podían comprar y vender porque eran necesidades básicas para vivir y los romanos, que eran tan pragmáticos, los consideraban fuera del comercio; en el comercio estaba casi todo, incluidos los seres humanos que eran esclavos pero no estaba el aire, sencillamente porque no se podía vivir sin respirar. En nuestra sociedad actual, aún no compramos y vendemos el aire por decímetros cúbicos, pero sí están en el mercado el agua y la luz, sometidas a la oferta y la demanda, a la subasta y al negocio privado. Y no se trata de artículos que podemos dejar de comprar si no llegamos a fin de mes: es que no queda más remedio que comprarlos, porque no podemos vivir sin ellos. Por eso, el consumo de energía es un síntoma de la pobreza que sufren muchas familias hasta el punto de que cada vez se habla más de pobreza energética, de esas personas que no pueden encender el brasero o el termo porque no pueden hacer frente al recibo de la luz.
Desde el uno de enero, ese recibo de la luz va a subir un dos coma tres por ciento y afectará a veinte millones de hogares y pequeñas empresas que pagarán a las compañías eléctricas casi cinco mil millones de euros en el primer trimestre de dos mil catorce. Claro está que las eléctricas piden más y más porque así lo exige su lógica ultraliberal, pero la realidad es que el incremento de las tarifas eléctricas en España es del setenta y ocho por ciento en los últimos diez años, que la energía eléctrica que pagamos es de las más caras de Europa y que Endesa e Iberdrola figuran entre las empresas más poderosas del continente, asesoradas por quienes fueran altos cargos públicos del PSOE y del PP, como Elena Salgado o José María Aznar. Unos suman beneficios y defienden la liberalización del sector; otros, tienen cada vez menos, -menos sueldo, menos trabajo, menos ayudas…- y hasta se ven obligados a elegir entre comer o pagar la luz. Frente a la liberalización de estos sectores, la intervención del Estado debe garantizar este derecho, que no es un lujo, pero el Gobierno no quiere molestar a las eléctricas. Y pasamos el invierno necesitando la luz del sol, como siempre, pero también la luz eléctrica… Porque todas las luces son necesarias para disipar la oscuridad y alumbrar la rebeldía en este nuevo año.
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